GREGORIO LEÓNHa sido una despedida con la que nunca contamos. De esas que te rompen todos los esquemas mentales, como si el mundo estuviera de pronto desordenado. Porque pensábamos que Rafa Nadal era intemporal, estaba más allá de los límites a los que debemos someternos nosotros, los humanos. Que había adquirido la cualidad inmortal que se reserva a los dioses mitológicos. Pero incluso Nadal ha tenido que rendirse, él que llevó el principio de resistencia, al dolor y a la derrota, hasta las consecuencias finales, haciéndolo suyo, como un inequívoco rasgo de identificación. Las cámaras lo enfocaban, todas las miradas de las once mil personas que poblaban el Martín Carpena posadas en él. Su rostro estaba muy serio, atravesado por la tristeza. Esa tristeza infinita por el adiós, y por la impotencia de no darle más a España, él que lo ha dado todo. El equipo nacional acababa de caer en dobles ante la pareja holandesa. España quedaba eliminada en cuartos de final. Y ni siquiera él había podido salvarnos. Los tiempos han cambiado. Nadal ya no era favorito. Nadie puede ser favorito en el crepúsculo. Y un jugador de apellido impronunciable, Botic Van de Zandschulp, que ya se la lio a Alcaraz en el US Open, puso el asunto feo. 6-4 y 6-4. Pero llegaba el turno de Carlos Alcaraz. El murciano volvió a enderezar la nave. Y lo hizo después de un primer set resuelto en el 'tie-break', y de un segundo donde desplegó todos sus talentos y capacidades, pasándolo en grande, haciendo vibrar al Martín Carpena y arrancando aplausos en Rafa Nadal. Quedaba el partido de dobles. Enfrente de Carlitos y Marcel Granollers, en plena crecida, la pareja de Wesley Koolhof y Botic Van de Zandschulp. Tras ceder el primer set en la muerte súbita, con España enfrente de las cuerdas, hubo una reacción orgullosa que condujo el desenlace del segundo set otra vez al 'tie-break'. Y otra vez salió cruz. España se quedaba sin posibilidades de ganar la Davis, y de brindar un homenaje más lucido, más de acuerdo con la historia dorada que ha acompañado a Rafa Nadal. El tenista manacorí, conteniendo como podía la emoción que le recorría, se dirigió, no solo al público que asistía con el corazón encogido en el Martín Carpena, sino a todo el mundo del deporte, que veía desfilar por la puerta de salida a una de sus leyendas: «Es evidente que no ha salido como queríamos. He dado lo que tenía. Quiero agradeceros que me hayáis permitido la oportunidad de pasar estos últimos días como profesional en equipo. El cuerpo me ha dicho que no quiere jugar más al tenis y hay que aceptarlo».